Wikipedia

Resultados de la búsqueda

viernes, 19 de septiembre de 2014

MINI CUENTO 50

Después del primer beso comprendieron lo difícil que iba a resultarles respirar a partir de entonces. Anna Casanovas

MINI CUENTO 39

Te encontré como se encuentra todo, buscando otra cosa. Susy Llanos Carballo

MINI CUENTO 38

 Cuando se le acercaba la sombra del amor, encendía la lámpara de su sentido. Alberto Martín

MINI CUENTO 37

La leona ayunaba por amor.

Se había enamorado del perro ovejero. Valentina Semtei

MINI CUENTO 36



El gato de Dorian Grey permanece eternamente joven mientras algunas de sus vidas se van arrugando. José Luis Zárate

CUENTO 3 3BGU

EL TURNO DE ANACLE
Galo Galarza

            Mañana vos a matar al abuelo, me dijo Anacle, y me enseñó una soga lista para ahorcar. Yo bajé los ojos y le dije: me da miedo. Él me sujetó la barbilla con fuerza, me soltó un insulto y repitió: mañana vamos a matar al abuelo. Cuando alcé mis ojos y vi el suyo, sabía que la sentencia era inevitable. Entonces ya no me quedó más remedio que aceptar su perverso veredicto y le respondí quitándome sus dedos de encima: está bien, mañana pero con la condición de que el abuelo no sufra. No sufrirá, todo será cosa de segundos, te doy mi palabra, dijo Anacle para cerrar el diálogo. Me sonrió cínicamente y se fue silbando por los corredores de la casa, al tiempo que agitaba la soga anudada, a manera de una cachiporra. Anacle… me quedé diciendo, ya sólo para mí, no te dejaré que mates al abuelo, aunque yo mismo te haya dado esa maldita idea.
Vos serás obispo, me decía el abuelo un poco antes de que le cayera la enfermedad, tus ojos tienen espacio suficiente como para cargar con todas las culpas de la familia y tu dedo, el de llevar anillo, tiene la gordura adecuada corno para recibir los besos que te darán los fieles. Otras veces me decía: vos serás obispo Manuel porque en tu boca veo la malicia de los que nunca pueden tener a lo largo de la vida una misma mujer en la cama. Vos eres vago, Manuel nunca podrás responsabilizarte de los hijos que engendres, no podrás darles tu apellido, vos serás obispo Manuel. Y yo le decía: no abuelo, yo seré aviador, yo quiero ser aviador para tirarles bombas desde el cielo a las iglesias, para que no haya obispos; yo nunca seré obispo, aunque usted quiera y mamá quiera, yo sé que si viviera mi papá, él me apoyaría en mi deseo de ser aviador. Tú voy a volar bien alto abuelo, más alto que las palomas, le juro. Y él se enojaba y me daba coscorrones, o sino me pellizcaba los cachetes hasta hacerme llorar. Entonces yo creía odiarlo.
            Anacle es hijo de mi tía Rita y él fue quien me enseñó a saltar sobre las tapias y a destripar los gatos, él también me enseñó por donde paren las mujeres y por qué paren, con él aprendí a fumar hojas de periódicos y a trepar árboles, por grandes que estos fueran. Anacle me defendía en la escuela de los que querían pegarme o se burlaban de mi excesiva gordura. Él fue como el hermano que nunca tuve, yo sin él no habría conocido nada de lo que ahora conozco ni habría sabido nada de lo que ahora sé. Por eso lo quiero y lo respeto pero también le temo.
            Yo le he visto hacer cosas muy malas, por ejemplo eso de matar los gatos es cosa bien fea en él: los busca, los acecha, los enlaza, los ahorca, los destripa, los entierra. Y yo le ayudo en la tarea, no puedo dejar de ayudarlo porque de lo contrario me acusa de maricón y no me defiende de los que quieren pegarme. De Anacle dicen que es el mejor trompón de toda la escuela y por eso nadie se mete con él; pero, definitivamente, hace cosas muy feas y también mata a otros animales, por gusto, por malo: rompe los huevos de los nidos o si no los huequea con una aguja y me obliga a chupar el interior o él mismo se lo chupa; aplasta a las filas de hormigas, las destruye saltando sobre ellas al tiempo que se ríe a carcajadas, es como si odiara la vida, sobre todo la vida pequeña, la indefensa. Y su odio a los gatos es porque cuando él era niño, de andar gateando, la gata Fefa del abuelo, una angora blanca a la que se había mimado demasiado, le pegó un rasguñón tan tremendo en la cara que le dejó una lacra imborrable cruzada sobre la frente y un ojo de menos. Esa mutilación es la que lo hacía malo. Tuerto anormal, le decía la tía Rita siempre que le reprochaba y Anacle se remordía y lloraba. Y el abuelo lo detestaba, éste no es carne de mi carne ni sangre de mi sangre, decía, a este tuerto lo engendró el diablo. Le había prohibido hasta la entrada en su cuarto y, si alguna vez lo veía, se llevaba las manos a los ojos simulando que se los tapaba y gritaba uuuuyyyyy el tuerto. Y Anacle volvía a llorar por el único ojo, porque después de todo él también era un niño.
            Posiblemente el abuelo cargaba esa enfermedad desde mucho antes, pero recién comenzó a presentársele con más fuerza cuando llegó a la última etapa de su vida. Esa enfermedad horrible que le iba devorando miembro por miembro a medida que corrían los meses. Primero los dedos de los pies, después de los talones, las pantorrillas, las rodillas, todo. Y el viejo desesperado, más loco de lo que siempre estuvo, se pasaba gritando, más bien aullando, encerrado en una habitación apenas iluminada por una claraboya a la que solo teníamos acceso mi madre y yo. Ella para alimentarlo y asearlo y yo dizque para consolar su dolor. En ti creo Manuel, comenzó a decirme una época en los ratos cuando no estaba gritando de dolor, vos eres mi única esperanza, vos serás obispo y traerás a Dios a esta casa. Pero cuando gritaba era desesperante, los gritos le entraban a uno por todo el cuerpo, quedaban vibrando adentro, hacían doler la cabeza. Yo me tapaba los oídos con las dos manos pero era inútil los gritos me entraban entre dedo y dedo y el efecto era igual que silos oyera a oreja pelada. Mamá lloraba y decía señor apiádate de él llévatelo, no lo hagas sufrir así, mándale la muerte como una bendición, y desde que oí eso a mamá, me entró la idea de malar al abuelo.
            Anacle —le propuse una tarde que regresábamos del vado— por qué no matamos al abuelo.
            Él se quedó mirándome con su único ojo de arriba a abajo, dio un paso hacia atrás y preguntó entre balbuceos: ¿có-mo-có-mo-ma-tar-al-abue-lo? Sí —le respondí seguro de lo que decía— porque esa enfermedad que tiene lo hace sufrir mucho.
            Y porque es un viejo de mierda también —dijo Anacle ya repuesto de la sorpresa y más bien resuelto, inflado su instinto malévolo, dispuesto a llevar a cabo mi propuesta con rapidez, con la mayor eficacia. Bien, dijo después de un prolongado silencio, matemos al abuelo, vos por piedad y yo por venganza, este viejo miserable se ha burlado de mí con exceso, me ha humillado, me ha despreciado. Pero tampoco te hagas el inocente Manuel, porque vos también lo odias, no es por piedad la tuya, como ahora me dices, vos me contaste una vez, acuérdate, que lo odiabas porque él quería hacerte obispo a la fuerza, y vos bien sabes que con el abuelo muerto podrás hacer lo que quieras. No es solo piedad la tuya, los dos vamos a matarlo por gusto, como matamos a los gatos. Y a medida que Anacle iba hablando, a mí me fue entrando un miedo tremendo, un miedo de Anacle, de mí mismo, por la idea espantosa que había inculcado en él. Comencé a sentirme culpable, me sentí ya asesino del abuelo. Entonces decidí escaparme de Anacle, busqué pretextos para no encontrarme con él, simulé una enfermedad para no ir a la escuela, tampoco podía ver al abuelo, no tenía el valor de mirarlo después de lo que acordamos con Anacle, tampoco podía dormir, las pesadillas me asaltaban apenas cerraba los ojos. ¿Qué te pasa Manuel? me interrogaba mi mamá, vos no estás enfermo del cuerpo, como dices, sino del alma, anda confiésate, algún pecado grave has cometido, mi Manuel, algo te traes entre manos con el tuerto ese anormal de tu primo, si no por qué le corres, cuéntame a mí para yo hablar con mi hermana Rita y que le castigue si ha hecho algo malo, háblame. Pero yo no podía hablar, cómo hubiera podido contarle a mamá lo que había ocurrido, y para no despertar más sospechas, regresé a la escuela, me encontré con Anacle en los corredores y él me dijo en cuanto me vio:
Mañana vamos a matar al abuelo.
Y me enseñó aquella soga anudada y su ojo perverso; entonces, así como se me ocurrió matar al abuelo cuando oí a mi madre que clamaba para que cesara su sufrimiento, también resolví impedir que Anacle lo matara, aunque le dije para evitar su ira que sí, que mañana lo matamos, con la condición de que él no sufriera. Al día siguiente, apenas amaneció, yo me llegué hasta el cuarto del abuelo y allí me instalé junto a él, a oír sus gritos horribles y escuchar las esperanzas que ponía en mí.
            Hace rato que no venías ni Manuel, tu mamá me dijo que estabas enfermo, qué tenías hijo, ven acércate, ven a mi lado, consuela a este pobre viejo, qué te pasa que no te acercas, Manuel...
            Anacle llegó a las once de la mañana, cuando no había nadie en la casa, entró sigiloso, abrió ligeramente la puerta del cuarto y al mirarme exclamó en voz baja:
Ah, ya estás allí mariconcito, pensé que te habías arrepentido.
            El abuelo entreabrió sus ojos, vio a Ánade y presintió algo malo. Se quedó muy quieto tratando inútilmente de alcanzar mi mano. El tuerto, musitó, el tuerto Ánade, qué quiere aquí, no lo dejes entrar Manuel, no lo dejes que está endemoniado. Ánade se paró al filo de la cama, se levantó la camisa y comenzó a desanudar lentamente la soga que llevaba atada en torno de su cintura. Cuando acabó la operación, alzó la soga anudada en forma de horca y dijo, dirigiéndose al abuelo:
            He venido a matarte viejo cabrón. Vamos a matarte Manuel y yo. Vamos a cobrarnos.
            El abuelo gritó, se revolvió en su lecho. Me llamó implorante. Nadie, sin embargo, se percataría de sus gritos: todos en la cuadra estaban acostumbrados a sus terribles alaridos. Yo temblaba. Anacle se subió de un salto sobre la cama, enlazó al abuelo por el cuello con extrema temeridad, sin que éste pusiera ninguna resistencia, y comenzó a apretar el nudo. El abuelo dejó de gritar y trató de buscar con su mirada extraviada mis ojos. Manuel, alcanzó a balbucear. Entonces ya no pude aguantar más y me puse de pie.
            Anacle alzaba al abuelo, poniendo en la empresa toda su fuerza y energía, por eso nada pudo hacer cuando yo, desde atrás, lo golpeé en la espalda con el fierro que siempre tenía el abuelo bajo su cama. Anacle se cayó hacia un lado, tocó con su cuerpo primero el filo de la cómoda y después el suelo, donde se quedó inmóvil, quejándose. El abuelo todavía vivía. Yo me arrodillé a su lado, le zafé la atadura y comencé a acomodarle en la cama, cuando de pronto sentí que por debajo de las cobijas salían sus manos artríticas, semejantes a raíz de árbol, y se agarraban de mi garganta con una fuerza tremenda, desesperada y, en seguida, comencé a sentir que me moría, que me faltaba el aire, que ya no podía respirar, y no sé cómo, estiré la mano hacia un lado y alcancé a sujetar el fierro con el que golpeé a Anacle y con las últimas fuerzas, que tampoco sé de dónde me salían, estrellé contra la cara del abuelo la varilla de acero: su rostro se abrió como una fruta de agua, sus manos se soltaron de mi cuello. Anacle, puesto ya de pie, mirándome orgulloso con su único ojo, perdonándome por el golpe que le di, exclamó con soma;

            Sigamos Manuel que todavía vive. Ahora es mi turno.

sábado, 13 de septiembre de 2014

TEXTO 2 TERCERO BGU

LA NOCHE BOCA ARRIBA
Julio Cortázar

Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;
 le llamaban la guerra florida.

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adónde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.

Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.

La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.

Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.



Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.

Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.

-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.

Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.

Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.

Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.

Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.

-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.

Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.

Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.

Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.


Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.

miércoles, 1 de enero de 2014

TRABAJO TERCERO BACHILLERATO

TALLER DE ESCRITURA
DCD: Crear textos literarios propios que pongan de relieve el tema de la utopía y la barbarie, y la relación entre literatura y política, en función de la valoración de la identidad personal y social.
ACTIVIDADES
1.      Lee con atención las siguientes noticias
2.      Elabora un párrafo de resumen de cada una
3.      Selecciona la noticia que más llamó tu atención
4.      Tomando como base el tema que presenta la noticia seleccionada, escriba un poema, en este se deben evidenciar los temas presentados en la destreza, escriba un mínimo de 20 versos.

EL GOBIERNO TENDRÁ HASTA EL 2014 PARA DARLE FORMA AL DECRETO QUE REGLAMENTARÁ LA INICIATIVA.
Uruguay, uno de los países más pequeños de América Latina, abrió el martes pasado un nuevo capítulo en la lucha contra el narcotráfico, al legalizar la venta y producción de la marihuana como una nueva alternativa para hacerle frente a este problema.
Este "experimento", como lo ha llamado el presidente uruguayo, José Mujica, un guerrillero extupamaro de 78 años, es un paso histórico, pero lleno de incógnitas, incluso para el Gobierno.
¿Qué usos legales tendrá la marihuana?
La ley regula el uso legal de la marihuana para cuatro fines: la investigación científica, uso medicinal, la producción industrial por el cáñamo -una variedad de planta que sirve para textiles, cosméticos, entre otros- y el consumo recreativo.
¿Quién podrá producirla?
El gobierno uruguayo va a regular todo el proceso de la planta, desde el cultivo hasta la distribución y el expendio. La producción, que se realizará a través de licencias a privados, será limitada en función del número de consumidores que existe. Actualmente son 35.000, el 4 por ciento de la población.
¿Cómo funcionan esas licencias?
Aún se desconocen las exigencias de las licencias. Sin embargo, la ley prevé que algunas condiciones tengan que ver con las variedades de cannabis que se pueden cultivar, las propiedades y requisitos del suelo, condiciones de seguridad y normas de salubridad. El proceso lo reglamentará el Instituto de Regulación del Control del Cannabis (IRCCA), que fiscalizará todo el proceso, que se creará en el decreto que el Poder Ejecutivo debe formar en abril. Los procesos de distribución tienen la misma lógica.
¿Cuántas hectáreas se destinarán a la marihuana?
Entre 20 y 50 hectáreas en todo Uruguay.
¿Cómo se accede al cannabis?
Existen tres formas para obtener la hierba. La primera es el autocultivo, en donde son permitidas hasta seis plantas por hogar -no por miembro de hogar-. La segunda es el autocultivo asociado, que se hará a través de clubes de membresía, centros con asociados que pueden tener entre 15 y 45 miembros como máximo. La tercera es a través de la venta en las farmacias.
¿Quiénes pueden comprar?
Personas mayores de 18 años, residentes en Uruguay, que estén registradas ante el IRCCA. Ese proceso de inscripción iniciará cuando el decreto sea emitido por el Poder Ejecutivo.
¿Los turistas pueden comprar marihuana?
No. Las personas que tienen acceso al cannabis deben probar ante el registro que son residentes en Uruguay.
¿Cuántos gramos puede consumir una persona y cuántos pueden producir los clubes de membresía?
Una persona podrá consumir máximo 40 gramos de marihuana al mes. Los clubes de membresía deben probar que su acopio es proporcionado al número de miembros. Por ejemplo, si tienen 15 miembros, tienen que tener un máximo de 600 gramos de cannabis. Además, los clubes solo podrán plantar 99 plantas.
¿Cómo se controlará que la persona efectivamente consuma las dosis señaladas en la ley?
El registro ante el IRCCA va unido a sistemas privados de información del usuario con los gramos que ha consumido durante todo el mes, con protocolos de seguridad y controles de salud pública. El Gobierno sabe que será difícil, en una primera instancia, comprobar quién cumple y quién no, pero dice que los continuos controles serán severos con quien infrinja la ley. El decreto también estipulará cuáles serán los "castigos".
¿Cuánto costará un gramo de marihuana?
El Gobierno no ha determinado el precio sobre el gramo de cannabis. Sin embargo, estudia la posibilidad de aplicar un impuesto incorporado al precio del producto, así como también subvencionarlo, si el mercado negro baja el precio.
¿Se publicitará la ley?
No habrá publicidad promarihuana, auspicios, patrocinios, ni tampoco marcas de cannabis. Todas las campañas publicitarias, que empezaron a salir por diferentes medios de comunicación desde el día de la aprobación, tienen la línea de prevención y de subrayar el carácter adictivo de la droga.
¿Qué otras acciones están a cargo del Gobierno?
El Gobierno, junto al sistema educativo, tiene la obligación de crear en sus planes de estudio una disciplina sobre prevención e información sobre drogas que se impartirá desde educación primaria hasta Universidad tecnológica.
¿En cuánto tiempo estará lista la ley?
El Poder Ejecutivo tiene hasta abril del 2014 para adelantar un decreto que formalice todos los interrogantes de la iniciativa legislativa. El primer punto será la creación del Instituto de Regulación del Control del Cannabis (IRCCA), un organismo que será una persona pública no estatal, y cuyas disposiciones generales se encuentran consignadas en el artículo 20 de la ley. Adicionalmente, la ley prohibirá productos adicionales hechos o mezclados con marihuana, como tortas, brownies, dulces, etc. La norma contempla además, que si el mercado negro baja los precios de su producto, el Estado subvencionará los costos para los productores que adquieran la licencia, a fin de que los consumidores sigan obteniendo marihuana legal.
CINDY A. MORALES
Para EL TIEMPO
MONTEVIDEO


EL UNIVERSAL
Domingo  15 de diciembre de 2013  09:27 AM
Jojannesburgo.- Nelson Mandela liberó a Sudáfrica de las cadenas del apartheid hasta llevarla a una democracia multirracial, convirtiéndose en el camino en un icono de la lucha por la justicia en todo el mundo.
Encarcelado casi tres décadas por su lucha contra el poder de la minoría blanca, Mandela salió de la prisión decidido a usar su prestigio y carisma para terminar con el apartheid sin desencadenar una guerra civil, señaló Reuters.
"El tiempo de sanar las heridas ha llegado. El momento de cruzar los abismos que nos dividen ha llegado", dijo Mandela en su discurso de asunción al convertirse en el primer presidente negro de Suráfrica en 1994.
"Al final hemos conseguido nuestra emancipación política", añadió.
En 1993, Mandela fue galardonado con el premio Nobel de la Paz, un honor que compartió con F.W. de Klerk, el líder blanco Afrikaner que lo había liberado de prisión tres años antes.
Después asumió un papel destacado a nivel mundial como defensor incansable de la dignidad humana ante desafíos que fueron desde la represión política hasta el sida.
Abandonó formalmente la vida pública en junio del 2004, poco antes de su cumpleaños número 86. En esa oportunidad dijo a sus compatriotas: "No me llamen, yo los llamaré".
Pero Mandela siguió siendo una de las figuras públicas más respetadas en el mundo, combinando su imagen de celebridad con un inquebrantable mensaje de libertad, respeto y derechos humanos.
Ya fuera defendiéndose en el juicio por traición en su contra en 1963 o dirigiéndose a los líderes mundiales años después como un anciano estadista, irradió una imagen de rectitud moral expresada en su tono mesurado, usualmente aligerado por su sentido del humor.
"Está en el epicentro de nuestra época, para nosotros los sudafricanos y para ustedes, dondequiera que estén", recalcó en una ocasión Nadine Gordimer, escritora sudafricana y ganadora del Premio Nobel de Literatura.
La mayoría de los sudafricanos están orgullosos de la "nación arco iris" multirracial que surgió tras el apartheid.
Los años que pasó tras las rejas hicieron que Mandela se convirtiera en el prisionero político más famoso del mundo y un líder de estatura sobrehumana para millones de sudafricanos negros que sufrieron bajo el régimen del apartheid así como para otros oprimidos muy lejos de Sudáfrica.
Acusado de delitos capitales en el infame Juicio de Rivonia en 1963, sus palabras en el proceso fueron su legado político.
"Durante mi vida, me he dedicado a esta lucha del pueblo africano. He luchado contra la dominación blanca y he luchado contra la dominación negra", dijo.
"Ansío el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades", agregó ante el tribunal. "Es un ideal por el cual vivo y espero conseguir. Pero, si fuera necesario, es un ideal por el cual estoy preparado a morir".
DESTINADO A SER LIDER
Nelson Rolihlahla Mandela nació el 18 de julio de 1918, destinado a ser un líder como el hijo del consejero del jefe supremo de la tribu Thembu en Transkei.
Escogió dedicar su vida a combatir la dominación blanca. Estudió en la Universidad Fort Hare, una institución de la élite negra, pero la abandonó a principios de la década de 1940 poco antes de culminar sus estudios y formó la Liga Juvenil del Congreso Nacional Africano (ANC por su sigla en inglés) con Oliver Tambo y Walter Sisulu.
Mandela trabajó como asistente legal y finalmente se convirtió en un abogado que lideró uno de los pocos estudios jurídicos que atendían a los sudafricanos negros.
En 1952, él y otros fueron acusados de violar el Acta de Supresión del Comunismo, pero su sentencia de nueve meses fue suspendida por dos años.
Mandela estuvo entre los primeros en invocar la resistencia armada al apartheid, pasando a la clandestinidad en 1961 para formar el brazo armado del ANC, el Umkhonto weSizwe (La Lanza de la Nación en Zulu).
Partió de Sudáfrica y viajó por el continente y Europa, estudiando tácticas armadas de guerrilla y consiguiendo respaldo para el ANC.
Después de regresar a Sudáfrica en 1962, Mandela fue arrestado y condenado a cinco años de cárcel por provocación y abandono ilegal del país. Mientras cumplía la pena, fue acusado, junto con otros líderes anti-apartheid, en el juicio por traición de Rivonia, en 1963.
Estigmatizado como terrorista por sus enemigos, Mandela fue sentenciado a cadena perpetua en junio de 1964 en la prisión de Robben Island, una cárcel en las costas de Ciudad del Cabo donde pasaría los siguientes 18 años antes de ser trasladado a otras cárceles en el continente para finalmente ser liberado el 11 de febrero de 1990.
"Cuando finalmente atravesé esas puertas (...) sentí que mi vida comenzada de nuevo incluso a la edad de 71 años. Mis 10.000 días de prisión habían finalmente terminado", escribió Mandela contando lo que sintió aquel día.
ELECCIONES Y RECONCILIACIÓN
Durante los siguientes cuatro años, miles de personas murieron en Sudáfrica en el sangriento camino político a las primeras elecciones del país en las que pudieron participar todas las razas.
Mandela impidió la explosión de un conflicto racial tras el asesinato del popular líder del Partido Comunista Chris Hani a manos de un blanco en 1993, pidiendo calma en un discurso televisado a todo el país.
Mandela y De Klerk ganaron el premio Nobel de la Paz y, tras asumir la presidencia de Sudáfrica en 1994, "Madiba" hizo de la reconciliación el lema de su mandato.
Mandela tomó té junto a sus ex carceleros y se ganó el favor de muchos blancos cuando vistió la camiseta de la selección sudafricana de rugby en la victoria sobre Nueva Zelanda en la final de la Copa del Mundo de 1995 en el estadio Ellis Park de Johannesburgo.
El sello de la misión de Mandela fue la creación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que investigó los crímenes cometidos por ambas partes durante el apartheid e intentó sanar las heridas del país. También fue un modelo para otros países asolados por conflictos civiles.
En 1999, Mandela, quien solía ser criticado por sus escasos conocimientos económicos, entregó el poder a líderes jóvenes más preparados para manejar una economía moderna, una decisión de abandonar el mando que fue un ejemplo para los líderes africanos enquistados en el poder.
Pero la jubilación tranquila no estaba en sus planes y Mandela centró sus energías en combatir la crisis del sida en Sudáfrica.
Recaudó millones de dólares para luchar contra la enfermedad y habló contra el estigma que rodeaba a la infección, mientras que su sucesor, Thabo Mbeki, era acusado de no comprender la gravedad de la crisis.
La lucha contra el sida se convirtió en algo personal a principios del 2005, cuando Mandela perdió a su único hijo vivo a causa de la enfermedad.
La última aparición pública importante de Mandela en un evento masivo fue en la final del Mundial de fútbol del 2010. Recibió una emocionante ovación de las 90.000 personas presentes en el estadio Soccer City en Soweto.
Esta aparición fue un momento agridulce para Mandela, quien semanas antes había sufrido la muerte de una bisnieta en un accidente de tránsito a la salida de un recital poco antes del inicio del Mundial de fútbol, uno de los mayores eventos en la historia sudafricana post-apartheid.
"Le dejo a la opinión pública decidir cómo recordarme", dijo en la televisión sudafricana antes de retirarse. "Pero me gustaría ser recordado como un sudafricano común y corriente quien, junto a muchos otros, hizo una humilde contribución".
RAFAEL CORREA SE MANCHA DE CRUDO PARA DEMOSTRAR LA 'MANO SUCIA DE CHEVRON'
Gabriela Quiroz y EFE 13:12 Martes 17/09/2013.
El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, denunció hoy, martes 17 de septiembre de 2013, que la petrolera estadounidense Texaco, luego adquirida por Chevron, dejó más de 1 000 piscinas de desechos petroleros regadas por los campos que operó en la Amazonía. Tras un recorrido en el que introdujo una mano en el barro, para evidenciar al mundo los vestigios de crudo en la vegetación y agua, habló con periodistas. "Esta es la mano sucia de Chevron", dijo Correa tras haber metido la mano en una de esas piscinas con el fin, dijo, de mostrar la "verdad" sobre las prácticas por las que Chevron, como nueva dueña de Texaco, que operó en este país de 1962 a 1999, fue condenada en Ecuador a pagar una multimillonaria indemnización. Correa explicó que la empresa petrolera comenzó una campaña de desprestigio en contra del país. Para esto ha contratado, según dijo, 900 abogados y ha gastado USD 400 millones, para hacer "lobby para que nos quiten las preferencias arancelarias".   "Podemos someter a esta transnacional evitando comprar sus productos e ir a las gasolineras y diciéndoles a los accionistas que vendan sus acciones".   Según sus cálculos, la compañía ha contaminado y no ha remediado "1000 piscinas". Esto es "18 veces más grave que el derrame de Exxon en las costas de Alaska".   La alcaldesa de Richmond estuvo en el lanzamiento de la campaña, apoyando la iniciativa. Un caso similar de contaminación se vivió en esa localidad de California (EE.UU.). "Esto es Chevron Texaco, esto es lo que dice que no existe", añadió el mandatario mientras intentaba mantener el equilibrio sobre los troncos que cubrían parte del reservorio de desechos en el pozo Aguarico 4, que dejó de operar hace unos 26 años. Correa llamó a la comunidad internacional a "reaccionar contra tanta impunidad" y dijo que convocará próximamente a personalidades mundiales para que apoyen su campaña. Asimismo, pidió a los estadounidenses que no consuman productos Chevron, compañía que, según dijo, ha invertido cientos de millones de dólares en una campaña para evadir sus responsabilidades judiciales en Ecuador, donde fue condenado a pagar 19 000 millones de dólares como indemnización por daños al medio ambiente. Con muestras de indignación, Correa dijo que los desechos petroleros han causado graves daños a la naturaleza y a la salud de los habitantes de la zona. Recordó, además, que en el juicio iniciado hace más de 13 años por colonos e indígenas amazónicos contra Chevron, el Gobierno ecuatoriano no ha intervenido, ya que se trata de un proceso entre privados. No obstante, dijo que su Gobierno se ha visto en la obligación de reaccionar frente a la "campaña de desprestigio" que la petrolera ha emprendido. Chevron ha demandado al Estado ecuatoriano ante un tribunal de arbitraje de la Corte de La Haya, donde ha pedido que se le endose el pago de la multimillonaria indemnización a la que fue condenada por la Corte de Justicia de la provincia de Sucumbíos. El tribunal de La Haya ha aceptado la acción de Chevron, lo que para Correa es una "barbaridad jurídica" y una demostración de que en el mundo manda el poder del capital. "Sólo unidos" se puede enfrentar a "los millones" de dólares que ha invertido Chevron, añadió el mandatario tras agradecer a países amigos como Venezuela y Nicaragua que se han solidarizado con Ecuador en esta causa, así como a procesos de integración regional como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Alianza Bolivariana para los pueblos de América (ALBA).
RAFAEL CORREA DENUNCIA AL MUNDO ‘MANO SUCIA’ DE CHEVRON
El presidente Rafael Correa llamó a la ‘solidaridad’ mundial en su lucha contra Chevron, al denunciar el daño en la Amazonía atribuido a la petrolera.
“Las herramientas que vamos a utilizar para combatir a Chevron son la verdad y el llamado a la solidaridad de los ciudadanos del mundo para no comprar sus productos”, sostuvo el mandatario al lanzar una campaña denominada La mano sucia de Chevron.
Correa acudió al pozo Aguarico 4, en Sucumbíos, donde la petrolera Texaco (adquirida por la estadounidense Chevron en el 2001) operó entre 1964 y 1990 y hundió una mano en una de las piscinas de desechos del área en las cuales hay restos de petróleo.
“Por ahorrarse unos cuantos dólares, Chevron usó las peores técnicas de extracción. Hay cerca de mil piscinas como esta en nuestra Amazonía y jamás fueron remediadas, simplemente ocultadas con una capa de tierra para engañar al Estado ecuatoriano”, indicó.
Insistió, además, en que en el juicio iniciado hace más de trece años por colonos e indígenas amazónicos contra Chevron, el Gobierno ecuatoriano no ha intervenido, ya que se trata de un proceso entre privados.
No obstante, dijo que su gobierno reaccionó frente a la “campaña de desprestigio” que la petrolera ha emprendido y en la que habría gastado $ 400 millones, según Correa.
Ecuador espera que figuras de la música, el cine, reconocidos activistas ambientales y hasta premios Nobel de la paz visiten la Amazonía y hundan las manos en las piscinas de desechos petroleros.
En tanto, la empresa sostuvo en un comunicado que Correa “ha decidido interferir, una vez más, en el caso Chevron” y lo acusó de “ofrecer un relato distorsionado e incorrecto de la historia de estos campos petroleros y de quién es responsable por el impacto ambiental”.
Chevron argumenta que la contaminación y la posterior limpieza de las piscinas de crudo de Aguarico son responsabilidad de la petrolera estatal Petroamazonas.
En el 2012, Chevron fue condenada a pagar 19.000 millones de dólares, pero el fallo, considerado fraudulento por la empresa, aún debe ser ratificado por las cortes ecuatorianas.
Chevron denuncia un supuesto fraude en el juicio e intenta que una corte internacional de arbitraje obligue a Ecuador a hacerse cargo de la situación, alegando que la estatal Petroecuador fue la responsable de la contaminación al efectuar un mal trabajo de reparación.

Al mismo tiempo, ha señalado una supuesta intromisión de Correa en el proceso.